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Sergio Berensztein en #UTEDYCenVIVO

"El mundo Post-Pandemia: Análisis político y económico."

Dale PLAY y reviví la conversación.

El segundo conversatorio del mes, y cuarto del ciclo, tuvo lugar el jueves 28 de mayo y estuvo a cargo de Sergio Berensztein, Dr. en Ciencias Políticas (Univ. de Chapel Hill) y Licenciado en Historia (UBA). En la primera parte, desarrolló algunas ideas acerca del contexto internacional para comprender luego la situación de nuestro país, planteando tanto sus problemas como sus posibilidades y desafíos. Presentamos aquí los contenidos más relevantes de su exposición:

El entorno global está cambiando en forma muy súbita. Aunque la globalización se está redefiniendo, ningún país puede aislarse del mundo. El sistema internacional define las oportunidades y los límites de nuevos proyectos de desarrollo de los países individuales. Países como Argentina que, aunque estén aislados, tienen industrias de exportación, y para entender las posibilidades de éxito de estas industrias, hay que entender cómo está el mundo: qué demanda y cuáles son los obstáculos para el comercio internacional. Argentina vive una crisis muy severa; actualmente la pandemia cubre la atención y no se considera la dimensión de los desafíos estratégicos que se avecinan. A pesar de la seriedad de los problemas que tenemos, hay que reconocer el valor de resiliencia como un atributo positivo del sistema político argentino. Hemos atravesado épocas muy complejas desde el punto de vista político, económico y social. Hemos sobrevivido a las asonadas militares de los años 80, a la hiperinflación del 89, a la crisis del tequila del 95, a la caída de la convertibilidad del 2001, al conflicto con el campo y a la crisis financiera internacional en 2008. Y se logró la alternancia entre 2015 y 2019. El atributo de la resiliencia es fundamental. La Argentina carecía de ese atributo, por lo cual la democracia era inexistente o era muy frágil entre 1930 y 1983.

Es importante valorar algunas cosas que hicimos bien. En Argentina predominan las fuerzas centrípetas por sobre las centrífugas, que intentan romper la lógica de la democracia. En la medida en que eso ocurra, se puede tener confianza en que los mecanismos fundamentales del estado de derecho van a seguir vigentes. En ese contexto, es importante reivindicar el rol de la sociedad civil y, fundamentalmente, de las organizaciones que llevan respuestas a las demandas de los ciudadanos. El tejido, el ecosistema de la sociedad civil con sus organizaciones de Derechos Humanos, de derechos individuales, grupos sociales, los sindicatos y las empresas, son vitales para dar a nuestro país el complemento social necesario que requiere el sistema político para que predominen estos mecanismos centrípetos, que son los que garantizan la calidad y sostenimiento del sistema democrático. El sindicalismo forma parte de este capital social, que no siempre se valora y es fundamental para enriquecer la política. Con más sociedad civil, más liderazgo y más formas autónomas de resolución de conflictos, mejora la calidad democrática, porque llegan menos demandas a la política y puede concentrarse en otros objetivos estratégicos.

El mundo es un gran despelote:

El mundo ya vivía una crisis antes de la aparición del COVID-19, la cual se profundizó por la pandemia. En primer lugar, el lento declive del poder de los EEUU y la irrupción de China como potencia. Estados Unidos entró en decadencia, dejó de ser un país serio. Los países que más se beneficiaron con la globalización fueron los emergentes. Por ello los países que reaccionaron fueron EEUU y Reino Unido, y buscaron competitividad relocalizando grandes fábricas para tener mano de obra barata. Buscaron distribuir las cadenas de valor o suministro a distintas partes del mundo para diversificar riesgos y para llevar la riqueza a rincones del planeta capaces de comprar los excedentes que producía la industrialización avanzada. Quienes perdieron fueron los sectores de la vieja economía de los países centrales.

A los efectos de la globalización se sumó la llamada “cuarta revolución industrial”, que no es industrial sino que es la revolución de la inteligencia artificial, la digitalización, la robótica, etc. En los países que impulsaban la globalización, se destruyó el tejido social. Los sectores que quedaron sin trabajo en las fábricas perdieron también su sociabilidad, su sindicato y su reconocimiento; algunos encontraron consuelo en las iglesias evangélicas. El sociólogo Robert Putnam explica este fenómeno en su libro Bowling alone (Jugando al bowling solos). Se refiere a esa vieja clase media que antes era demócrata, y ahora, enojada con la vida, se convirtió en el público votante de Trump. Esta situación de insatisfacción se profundizó con la crisis económica del 2008, que provocó que el dinero no valiera nada, y los bancos salieron a sostener a las empresas, el ahorro, los fondos de pensión, etc. El costo de financiación pasó a ser cero, lo que favoreció el auge de los negocios inmobiliarios y la expansión de la energía (EEUU pasó a ser exportador de petróleo), lo que le dio mucha competitividad. En ese mundo de tasa 0 se dieron distorsiones enormes.

El otro shock a nivel global tiene que ver con el cambio climático, que generó una enorme disrupción en el mundo, migraciones, masivas violaciones a los Derechos Humanos, etc. La industrialización aceleró la contaminación del planeta. Con el crecimiento de China, se globalizó el problema ambiental. Esto plantea un nuevo debate: ¿Por qué los países emergentes (China, Indonesia, Sri Lanka, Argentina) van a dejar de emitir gases si aún no se desarrollaron al mismo nivel que los países desarrollados? Alguien tiene que pagar el costo de oportunidad de la no contaminación. “Si cuido el Amazonas, dejo de producir soja”. Tendría que haber un impuesto global a los siguen contaminando para los países que no van a contaminar. Debería, al menos, darse este debate.

En cuanto a las estrategias de alianzas, una opción es volver a restablecer un esquema de mundo bipolar, semejante al que había luego de la Segunda Guerra Mundial. Una alianza entre Estados Unidos, Reino Unido (ya fuera de la Unión Europea), Brasil, India y Nigeria, y otra, entre China, Rusia y Pakistán. Alianza que tienen en la mira a la Argentina para balancear la presencia en América Latina.

Otra opción es que Europa continental se constituya en un buffer, un amortiguador entre las dos potencias. Pero no puede dejar afuera a Rusia, pues la energía de Europa depende del gasoducto que viene de Rusia. Y por otro lado, el mayor abastecedor de petróleo es Medio Oriente (Irán y Siria). Por ello Europa interviene en la guerra civil en Siria y por ello Rusia ocupa Siria.

¿Qué le conviene a Argentina? A nosotros nos conviene no tomar una decisión. Nuestras exportaciones se dirigen a Asia, a Brasil y otros países de América Latina; las inversiones vienen de los Estados Unidos, y el dinero de los argentinos está en la estructura financiera de Occidente. También compartimos con Occidente tradiciones culturales y valores, como el de la democracia. Los países aliados de China no son democráticos.

Como horizonte a mediano y largo plazo, Argentina no tiene estrategia. La última vez que tuvo una fue a mediados del siglo XIX, cuando luego de mucho esfuerzo se logró cierto consenso en la clase dirigente con la Constitución de 1853. Argentina no tiene estrategia económica. Los últimos 50 años se han desperdiciado. El ingreso per capita es el mismo que en 1974. Los distintos gobiernos fracasaron. Es una crisis de larga duración a la que se suma ahora la pandemia, que es una catástrofe, un terremoto que destruyó la economía. Ya había déficit fiscal estructural (se gasta más de lo que se recauda, aunque se gasta más que antes). Déficit que se financia con deuda, con más impuestos o con inflación. Todas soluciones que no conducen al crecimiento real. Cuando termine la pandemia, el índice de pobreza llegará al récord de más del 50 por ciento. La caída del PBI en abril, anualizado, fue del 20%, y el déficit de mayo, del 10 %. Ya se gastó lo que aún no se ha recaudado con el impuesto a la riqueza.

Sin ideologismo, con ideología

El desafío de la Argentina es enorme. El pensador israelí Yuval Noah Harari desarrolla la idea de consenso estratégico. Propone un juego en el que todos seamos parte, y que todos tengamos algo de lo que queríamos. Y afirma que la forma en que transitemos la crisis va a determinar los grados de libertad y las posibilidades para salir adelante.

En primer lugar, Argentina necesita un plan estratégico consensuado con los distintos sectores de la sociedad. Una sociedad diversa, plural y con flexibilidad. Y en segundo lugar, tiene que haber autocrítica de todos los sectores pues el fracaso es un fracaso colectivo. Si no reconocemos el fracaso y sus motivos, es imposible salir de la decadencia. Es crucial que el Estado sea fuerte y no grande. Un Estado en el que la meritocracia contribuya a la racionalidad para la toma de decisiones, que garantice la seguridad, el acceso a la Justicia, a la educación de calidad y a la salud pública. Y que asegure la igualdad de oportunidades.

De acá en adelante esta situación debe cambiar. Para salir de esta crisis en Argentina hay que hacer borrón y cuenta nueva.