El próximo 17 de agosto se cumplen 175 años del paso a la inmortalidad del General José de San Martín. Este nuevo aniversario nos convoca a reflexionar sobre quién fue, cuál fue su rol en la construcción no sólo de nuestra Nación, sino también de América Latina, y qué legado dejó impreso en la memoria de todo el continente.
El primer elemento de su legado es, sin duda, su papel como libertador de América. San Martín lideró las campañas que hicieron posible la independencia de Argentina, Chile y Perú. En este último país fue nombrado Protector del Perú, un título que le permitió impulsar profundas reformas y sentar las bases de un Estado soberano. Allí dejó una huella imborrable, no solo en términos militares, sino también en la consolidación de instituciones y en la proyección de un nuevo orden político.
Sin embargo, el aporte de San Martín va mucho más allá de sus gestas militares. Fue también un pensador político adelantado a su tiempo, que concebía la independencia como un proceso colectivo y continental. Su idea de una Sudamérica unida y libre de toda dominación europea marcó su accionar. Un claro ejemplo de esta visión fue su célebre encuentro con Simón Bolívar en Guayaquil, en 1822, donde optó por dar un paso al costado para no obstaculizar la continuidad del proceso libertador. Antepuso el bien común a cualquier ambición personal, en un gesto que revela su grandeza moral y su profundo compromiso con la causa.
Ese gesto nos conduce a otro de los pilares fundamentales de su legado: su modelo de ética política. San Martín se mantuvo alejado del poder una vez cumplida su misión. No buscó riquezas ni honores, y eligió el exilio en Francia antes que participar de los enfrentamientos internos que desgarraban a la joven Nación. Esta decisión consolidó su figura como un prócer íntegro, austero y profundamente patriota, cuyo único objetivo fue garantizar la libertad de los pueblos.
A pesar de la distancia, nunca se desligó del destino de su país. Incluso en el exilio, sentó posición sobre los asuntos más relevantes del período, como lo demuestra el legado de su sable a Juan Manuel de Rosas. A través de este gesto expresó su respaldo a una política internacional basada en la defensa irrestricta de la soberanía nacional, uno de los principios que guió su vida.
Finalmente, San Martín es, para Argentina, mucho más que un prócer. Es la figura fundacional de la Nación, el faro ético y moral sobre el que se construyó nuestra identidad. Su legado como libertador, estratega y hombre de principios no solo pertenece al pasado: sigue siendo una guía vigente para pensar el presente y proyectar el futuro.
A 175 años de su partida física, su historia sigue viva en la memoria colectiva de América Latina, como testimonio de que los pueblos pueden ser libres, justos y soberanos cuando son guiados por ideales firmes y líderes comprometidos.
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