Durante el menemismo y en tan solo quince días, a Kike Ferrari se le rompió la camioneta con la que hacía fletes, su novia lo echó del departamento, su banda de rock se disolvió y falleció su abuelo. Vencido y con 25 años volvió a la casa de sus padres. Mientras estaba buscando trabajo en los Clasificados del diario Clarín vio tres opciones para postularse, pero tenía que elegir una. Las monedas en su bolsillo alcanzaban solo para un viaje en colectivo, el regreso iba a ser a pie. Pero no se quedó con ninguna. Se cruzó al kiosco y compró una cerveza. Esa noche empezó a escribir su primer cuento.
“El único signo de continuidad de mi vida adulta es la lectura”, subraya Kike. “Escribir es una versión 2.0 de leer, con las funciones que tiene la lectura: te saca de una realidad y te lleva a otra, donde vos decidís las cosas”. A finales de los 90 y sin un rumbo definido, se sumó a la experiencia de un amigo para instalarse en Estados Unidos a probar suerte: “En esa distancia se armó mi primera aproximación a la escritura, una relación hecha de los libros, la lectura y yo. No está mediada por la facultad, por talleres, ni por nada más”. Sin embargo, el reconocimiento como escritor demoraría una década. En octubre de 2009 con su novela “Lo que no fue” participó del concurso de Casa de las Américas: “Estaba convencido de que iba a ganar. El día que publicaban los ganadores, me desperté temprano, fui a la computadora y no gané. Hice un berrinche. 166 novelas se presentaron y todas son mejores que la mía. ¿cómo puede ser si esto es lo mejor que puedo escribir? Y, la que era mi compañera en ese entonces -la mamá de mis nenes-, dijo ‘no hace falta que sean mejores las 166 novelas, hace falta una’. Entonces me senté de nuevo y vi que me habían dado la primera mención. O sea, había salido segundo. Eso me recibió como escritor”.
El oficio de escribir. En relación al ambiente propicio para llevarlo adelante, Kike Ferrari afirma que se van modificando constantemente. “Me golpeó más cuando entré a laburar en el subte de noche que el nacimiento de los pibes”, explica quien es padre de tres. Autor de cuentos como “Operación Bukowski” y “La muerte sin brújula”, explicó: “Es un mecanismo que está instalado en mi poética. Lo llamo ‘ucronías literarias’, son como un ‘work-life’ pero no de la vida real sino de las lecturas”.
“Yo estuve muy en los márgenes hasta que empecé a publicar. Los primeros escritores que conocí en persona fueron cuando ya tenía tres libros escritos”. Autodidacta, serio e inconstante. En relación a la novela “Que de lejos parecen moscas”, Kike Ferrari subrayó: “Hay algo en el vértigo de la historia que tiene que ver con la velocidad de la escritura. Me estaba corriendo”, detalló sobre ese policial negro que contó con la particularidad de haber sido publicado en un blog, que semana a semana él actualizaba. Esa metodología provocó que se transformara en una novela de culto de la que todos hablaban pero que nadie había leído en su totalidad. Hasta que ganó el premio de la Semana Negra de Gijón, logo que exhibe tatuado en su brazo derecho. “Fue muy fuerte. Y las repercusiones que tuvo, todo lo que pasó alrededor después fue muy grande. A mí no me invitaban ni a dar una charla en la librería Hernández, no me daba bola nadie”. Esta novela gira alrededor de Luis Machi, personaje principal de la historia: “Se basa en un ex patrón mío. Como no me leía nadie, entonces podía decir cualquier cosa. Es la impunidad del tipo al que nadie lee”.
A mediados de 2016, su condición de escritor proletario había llegado a todos los noticieros del país. “Era rarísimo además porque mi fama era por trabajar en el subte”, recuerda con timidez. “El riesgo de esa nota era que me transforme en una mosca blanca. Que es tramposa de todas las maneras posibles. Porque el capital simbólico donde crecí no era obrero. Yo tengo una vida adulta de proletario pero tuve una infancia de clase media en Almagro. En mi casa habían libros, había tiempo para esparcimiento. Era clase media tendera. No era un programa en mi familia ir a la universidad. Podías ir o no, pero el programa era el comercio”. Sin embargo, gracias a esas entrevistas, el suplemento “Plantas y tiempo libre” del Wall Street Journal publicó su historia. Esa nota llegó a las manos de una mujer que funcionó como nexo entre sus novelas y la editorial Penguin Random House. “Para que alguien me leyera a 25 cuadras de mi casa tuvieron que leer mi historia en Nueva York. Entre las muchas rarezas que tenían para decir de mi, ‘el escritor proletario’ me daba la posibilidad de exponer cada vez que alguien me daba un micrófono que trabajo y literatura no son opuestos. Que los trabajadores escribimos y que escribir es un trabajo. Poner en discusión totales. No hay dos mundos, en un momento trabajo escribiendo y en otro trabajo barriendo el piso”.
Actualmente desempeña funciones en el área de mantenimiento de la línea B del subte, este trabajador y escritor remarcó el rol del sindicato para el movimiento obrero: “El sindicato, con los tropiezos históricos que suele tener la estructura sindical, es fundamental. La diferencia que hay en la posición general de la clase obrera en la Argentina en comparación con el resto de América Latina tiene que ver con el movimiento obrero organizado. Es indiscutible lo mucho más difícil que es pasar por arriba a la clase obrera argentina aunque todavía hayan lugares enquistados de derecha”. Y concluyó: “Estamos yendo a la atomización de la clase obrera, lo cual hace más difícil proyectarte como tal y pensarte en relación a los demás. El sindicato hace el trabajo de una gran masa que junta a estos que estamos dispersos”.
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