Constancia, valentía, determinación. Con su voz pausada Estela de Carlotto, Presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, empieza su relato: “Tengo 92 años, toda una vida prácticamente dedicada a la búsqueda de la verdad para mantener viva la memoria y la justicia con el tema de la desaparición forzada de 30mil personas, como estimamos, bebés nacidos o por nacer cuyas mamás fueron asesinadas después del parto y les robaron el niño”.
Estela de Carlotto comenzó su vida laboral como maestra de la escuela primaria en Brandsen, luego pasó como directora en una escuela de La Plata. Por aquellos años, lejos de los secuestros, de las desapariciones y de las muertes soñaba un futuro con sus hijos en paz y en su hogar; tal como había sido su vida con sus padres.
¿Cómo era su vida como docente?
Comencé a los 20 años en una escuelita de Brandsen, que antes era un pueblo, ubicado a 40 kilómetros de La Plata. Salía temprano y volvía tarde porque eran pocos los trenes que llegaban. Fue la mejor etapa de mi vida. Tanto por los niños que me tocó conocer, por enseñarlos, formarlos, ayudarlos a sobrepasar la pobreza en la que vivían algunos, la bondad de los que vivían la zona y los recuerdos que hasta el día de hoy me llaman. Para mí fue un aprendizaje durísimo pero necesario que me permitió volcar mi vocación. Yo quería ser eso. Deseando que el día que me tocara jubilarme, poder vivir con mis hijos y mis nietos, una vida de familia normal.
Sin embargo, su anhelo de un día para el otro se quebró. Primero la Triple A regó de cuerpos las calles para expandir el terror en los habitantes. Cuando se pensaba que no podía haber algo peor llegó. En nombre del Estado, una dictadura feroz ordenó el secuestro de militantes y creó Centros Clandestinos de Detención para torturar, violar y asesinar a miles de argentinos.
El primer vínculo con el secuestro Estela lo vivió con su esposo, quien estuvo 25 días en esa condición. “Ahí aprendí a contactarme con miserables, abogados que me pedían fortunas, personas que eran amigas de esos personajes que se comprometían, si les daba el dinero que pedían, para encontrar dónde estaba mi esposo”. Cuando su marido recuperó la libertad, fue soltado “en un estado espantoso de salud que le costó la vida”, recordó Estela. Desde ese momento, Laura, su hija mayor pasó a la clandestinidad para evitar ser secuestrada.
¿Cómo te comunicabas con Laura?
Por teléfono disimulando que éramos amigas, por carta a nombre de otra persona. Nos fuimos acostumbrando a un miedo permanente, a un cuidado a la lejanía de los hijos.
Al no recibir respuestas de las cartas, Estela supo que había pasado lo peor. A partir de ese momento comenzó a buscarla. De lugar en lugar, hasta que una persona que había sido liberada “nos dice que Laura estaba esperando un bebé. Ahí empecé a hacer esa búsqueda doble”.
El inicio de las Abuelas de Plaza de Mayo
“Nosotros aprendimos bastante a trabajar ‘engañando’ a los depredadores. Cuando nos reuníamos en una confitería que se llamaba la Florida nos decíamos ‘vamos a comprar flores’; bueno a qué hora, a tal hora. Y sabíamos dónde era. Teníamos ese simbolismo para que si nos estaban escuchando, no darles el lugar donde nos reuníamos, o lo que hacíamos o a dónde íbamos. Después recorrimos cementerios con tumbas anónimas”.
¿Cómo fue transitar y aprender con el dolor?
No todas las abuelas que tenían esta situación participaron en esto. Muchas se quedaron llorando en sus casas y otras tenían miedo. Algunas se fueron al exterior, a otras les echaron la culpa a los hijos por lo que hicieron. No fue tan fácil porque la prensa que difundía mentiras engañaba a la gente diciendo que nuestros hijos eran terroristas y que mataban. De ninguna manera, había gente armada, y si hubo partidos armados, partidos políticos revolucionarios, pero otros no.
¿Qué significó para usted haber sido candidata al Nobel de la Paz y todo el reconocimiento que gira entorno a las Abuelas de Plaza de Mayo?
Cuando uno trabaja con seriedad, con respeto, sin odio, sin revancha, simplemente el amor que tenemos por nuestros hijos hace que nos movamos respetando aún la calidad de los asesinos porque no queremos venganza, sino justicia. La gente reconoce ese ‘mérito’ de ser sanas y no tener odio y venganza, son dos palabras que no existen para nosotros. Todo eso hace que, la paciencia y la continuidad… yo tengo 92 años y ya tendría que estar descansando. Sin embargo, mientras tenga mi cerebro bien, aunque camine mal voy a seguir porque hace falta.
¿Cómo surgió el banco nacional de datos genéticos?
Esto tiene una historia un poco curiosa. Hubo una noticia en un diario de La Plata que contaba que a través de un análisis de sangre comparativo entre ambos, un hombre resultó ser el padre de un chico. Esa palabra sangre fue la que nos iluminó el cerebro y empezamos a buscar en distintos países del mundo si existía algún estudio o posibilidad de la familia de los abuelos, un seminario en el año 1982; y en ese seminario compuesto por los más prestigiosos científicos del ámbito genético concluyeron que la sangre de la familia (hermanos, abuelos, tíos, etc.) servía para llegar a una conclusión si es o no el nieto buscado. Ya en democracia se crea y nace el Banco Nacional de Datos genéticos. O sea que es una institución sumamente compleja y respetuosa. De no ofender a quién no debemos, y al que debemos exigirle que diga la verdad y encontremos a los nietos que faltan.
40 años de democracia, la más larga de la historia, y ustedes siguen recuperando nietos. ¿Cómo se hace para mantener esa lucha?
Se hace con el amor. Con esa necesidad de que aunque la abuela haya fallecido otro resto de familia brega porque aparezca ese nieto. Y además el derecho a saber quién es. Donde unas niñas, las que fueron secuestradas ya nacidas y tenían unos añitos eran violadas por sus propios -que decían ser-padres. Eso fue tremendo. Hay historias que son desgarradoras. Además otra cosa, la herencia que les deja a sus hijos es no tener identidad tampoco.
¿Cual fue el rol de los abuelos?
A nuestros esposos los llamo los héroes anónimos. Ellos nos esperaban sin saber si íbamos a volver. Se quedaban con toda la casa que, a veces no sabían hacerla porque era la mujer la que -por la edad que tenemos- trabajaba, pero también lo hacía en la casa. Para los militares, los hombres eran los peligrosos. En cambio, nosotras cuando empezamos a caminar haciendo la ronda porque había Estado de sitio ellos nos decían “déjenlas que caminen estas locas. Son mujeres, se van a cansar”. Entonces nosotras les dijimos a nuestros maridos que no vengan porque a ellos se los iban a llevar e iban a desaparecer.
¿Cómo fueron los comienzos en la Plaza de Mayo?
No era fácil ir a la Plaza. Cuando fui la primera vez temblaba como una hoja porque habían tantos caballos con el policía armado hasta los dientes, abajo más fusiles que nos apuntaban, todos esos carros de asalto que nos iban a llevar porque más de una vez lo hicieron. Después era ir y decirles a las demás que no les iba a pasar nada. Bueno, sí pasó... Algunas desaparecieron, otras fueron asesinadas vilmente. Pero teníamos que seguir. Cuando nos quitaron a nuestros hijos, nos quitaron el miedo porque una hija es más que la vida de uno. Los trajimos al mundo, los criamos, les enseñamos todo lo que podíamos, el amor y todo lo demás. Yo lo juré en la tumba de Laura: “Laurita no voy a dejar de buscar a tu hijo o hija, porque no sabía qué había tenido, y la justicia para tu compañero y para vos”. Y no dejé nunca.
¿Nunca pensó en claudicar, en decir… ‘basta, hasta acá llegué’?
No. Una sola vez, que no recuerdo qué conflicto tuve, y le dije a mi marido: ‘Me parece que no voy a ir más’; y él me dijo: “tenés que seguir yendo porque tus compañeras, tus abuelas te necesitan”. Yo quizás hubiese ido igual. Pero él en lugar de decirme ‘quedate, porque yo te necesito’, me dijo que vaya porque las abuelas me necesitaban.
En relación al reciente estreno de Argentina 1985, usted vivió el juicio ¿qué le pareció la película?
Es muy buena porque cuenta una parte de la historia. Es una partecita que fue algo excepcional, que después de una dictadura se le pueda hacer un juicio a los responsables de las desapariciones y los campos de concentración. Estaba todavía flotando el olor de la dictadura, se notaba la prepotencia que tenían los que estaban siendo juzgados.
¿Cómo analiza la democracia?
A la democracia que hay que cuidarla porque es la más larga de la historia, imperfecta pero podemos elegir a quién queremos; a veces bien, a veces mal. Y eso nos permite tener la libertad del trabajo.
¿Qué piensa de la actualidad política?
Estamos en un momento difícil porque la oposición que tenemos, unos y otros… hay mucha gente buena que está confundida. Porque, en definitiva, el Estado somos nosotros, somos el pueblo. Y si hay hambre hay que hacer algo entre todos para que llegue a terminarse, para que todos tengan escuela, para que todos tengan derecho al disfrute de la vida. Pero si no dejan y ponen piedras en el camino es mucho más difícil y se tarda mucho más.
¿Qué le diría a los jóvenes?
Hay una juventud maravillosa que está dispuesta a participar, a ayudar y a hacer las cosas con dignidad. Pero también hay una juventud mal entendida y mal formada por los malos.
¿Cómo analiza el rol de los sindicatos?
Hay de todo un poco. Uno tiene que entender que cada uno defiende el suyo. Algunos son gratos y colaboradores y otros tienen pensamientos un poco más fuerte e injustos. Los sindicatos tienen que existir y son una necesidad para que estén organizados todos los grupos obreros de la Argentina. Valoro mucho a mis compañeros los educadores que son del sindicato docente y muchos otros que nos quieren, nos ayudan y nos respetan. No es necesario ser un santo, sino simplemente una buena persona que piense en los obreros que están a su disposición y que tiene que tratar que consigan una vida plena.
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